Juan Pablo Rodríguez exageró en ese grito que rozó la histeria, en ese beso profundo a la camiseta, en levantar los brazos y saltar? Quién sabe... Si uno agudizaba el ojo en otros rumbos hubiese notado que todos los jugadores de All Boys estaban en la misma línea, a puro festejo, de cara a la tribuna, un desahogo largo, extenso, más acorde a una final del mundo que a un partido de la 9ª fecha del Clausura. ¿Entonces? ¿Fue un exceso? No. Fue la lógica descarga de un equipo que, de haber conocido las caricias propias y ajenas por un juego de alto vuelo en el Apertura, pasó a sentir el aliento del descenso en la nuca. ¿Entonces? Y entonces la victoria valió el doble, porque costó, se trabajó, se luchó, con “huevos” como pedía la tribuna.
Y fue All balls (sí, todo pelotas) porque ese jogo bonito tampoco estuvo presente. Ni de un lado, ni del otro. Fue casi como una pelea entre dos boxeadores parejos, friccionada, pero no piña a piña, ni palo a palo, más bien cuerpo a cuerpo. De todas maneras, si el equipo de Floresta se llevó algo más fue porque aprovechó los famosos 15 minutos Warhol de fama: en un inicio prolijo, con dos o tres chispazos de Ariel Zárate y con la movilidad de los puntas, fue levemente superior. Aunque la elaboración no duró demasiado, por eso el asunto se abrió de la única manera posible en la tarde de ayer: con una pelota parada más el plus de una falla (le tocó a Blengio dormir).
¿Qué hizo Tigre? Nada. Demasiado estático, lento y, sobre todo, errático. Que Román Martínez de diez pases le haya dado nueve al rival habla bastante de lo que fue el Matador. Ante la falta de recursos en la zona de gestación, el reflejo inmediato fue tirar pelotazos para arriba, sí, para arriba, no para sus compañeros, sino para donde cayera el balón. Por supuesto que tener un faro de área como Stracqualursi invita a utilizar este método, aunque es insuficiente cuando es a dividir, al bulto.
Presionado por una racha que ya se había hecho demasiado pesada, una seguidilla negra que hasta puso en duda al DT Romero y que podría cargarse al Burrito Ortega, All Boys hizo un negocio que hasta ahora venía evitando: se aferró al punto sin ningún tipo de miramientos por el fútbol, algo que no comulga con la idea del conductor. Pero había que sumar, che, qué tanto. Y dinamitó el medio, con el kamikaze Barrientos y el todoterreno de Rodríguez, cerró el fondo con Casteglione y Domínguez firmes, que no dudaron nunca en reventarla, y con un Cambiasso seguro para sacar lo poco que le llegó, bien abajo, excelente en la lluvia de centros.
Hay que quedarse. Es la premisa. Y lo hizo a puro All balls. La lucha continúa.